CON LA LENGUA
BLAS BRUNI CELLI
ALEXIS MÁRQUEZ RODRÍGUEZ
La muerte de Blas Brunicelli es un duro revés para los venezolanos. Universitario a carta cabal, fue numerario de cuatro academias nacionales: la Venezolana de la Lengua, la Nacional de la Historia, la de Medicina y la de Ciencias Físicas y Naturales. A todas llegó por méritos sobrados, pues más allá de su condición de médico eminente, su presencia fue activa y muy destacada, e hizo valiosos aportes en los diversos campos del conocimiento que ellas abarcan.
Blas fue un sabio, en el amplio sentido del vocablo.
Dedicó mucho tiempo de su vida al estudio, y por eso sabía de todo. Ya cumplidos sus ochenta años de edad obtuvo el título de doctor en Filosofía, con una tesis sobre un importante tema aristotélico que mereció el elogio, y no solo la aprobación del jurado.
Su fervor universitario hizo que, ya jubilado como docente en la Facultad de Medicina, siguiese siendo hasta su muerte profesor de Griego en la de Humanidades y Educación, ambas de la U.C.V. su Alma Mater.
Sin embargo, si un rasgo definió siempre su recia personalidad fue la discreción y el recato. Nunca practicó eso tan falso y, paradójicamente, tan arrogante como la modestia. Al contrario, siempre tuvo plena conciencia de su sabiduría, pero jamás hizo alarde de ella.
Blas nunca fue un político. La política, tal como se ha practicado en Venezuela durante décadas, le parecía detestable, reñida con su discreción, su buen sentido y su honestidad. No obstante, supo ser un ciudadano, y cumplir las obligaciones que en tal sentido consideraba que tenía cada uno de los venezolanos. Toda la vida fue fiel a su ideología socialdemócrata, militó en el partido Acción Democrática y llegó a ser Ministro de Sanidad durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Pero su ideología y su militancia políticas no le impidieron ser siempre muy crítico, aunque sin estridencias, frente a su partido y en relación con las actuaciones de este.
En la Academia Venezolana de la Lengua, que fue donde más y mejor conocí su cualidades, mantuvimos durante años una legítima y afectuosa camaradería. Siempre nos tocaron sillones contiguos en la sala de sesiones, y a menudo nos consultábamos mutuamente sobre los asuntos de la Academia, y a veces en relación con otros menesteres.
Cuando opté a la presidencia de la Academia Blas me acompañó como candidato a vicepresidente. Una vez electos, cuando no pude encargarme por motivos de salud, a él le tocó asumir la presidencia, y posteriormente, cuando debí renunciar por las mismas razones, se le eligió por unanimidad y ejerció el cargo brillantemente por los dos años del período correspondiente.
¿Defectos? Seguramente los tuvo. Toca a otros, si es el caso, señalarlos.
(Publicado en el Diario Tal Cual el martes 22 de de enero de 2012)
